Una vez leí sobre el silencio inmutable. (No el silencio atroz con el que me hacen bromas por
ser hincha de River) es un silencio que los científicos o sociólogos
dicen que se da unas milésimas de segundos al instante después de que
ocurre un accidente. Nadie sabe cuánto dura, pero quien vive una
experiencia de este tipo lo asegura.
Yo les afirmo que ese instante existe.
Acaba de pasar el momento del silencio inmutable. Me doy cuenta porque
de repente todo se llena de ruidos y sonidos estremecedores. Gritos,
crujidos, humo, tierra y muchos vidrios. Caos y más caos por doquier.
Desde adentro comienzo a escuchar los gritos de Olivia. Siento sus
gritos dentro de mi cuerpo, luego me doy cuenta que los gritos vienen
desde atrás, o de adelante ¿De dónde vienen? ¿Olivia dónde estás? Es el
timbre de voz de esta niña tan particular. Grita sin parar, sin tomar
aire.
(Ramiro concéntrate)
Mi cabeza me habla siempre
¿Acaso a usted no le sucede a menudo? Hay días en la que no la escucho
pero ahora estoy perdido, la dejo seguir…
(Ramiro es Olivia, grita desesperada pero no es dolor, es grito de terror)
Eso significa que no está golpeada, que está asustada. ¿A dónde estoy?
Instantáneamente vuelven las imágenes de algunos segundos atrás. El
auto - la ruta - Ella manejando – un movimiento brusco – trompos –
muchos trompos – banquina – vuelcos – humo – silencio…
¿Dije humo?
(Si Ramiro, dijiste humo)
Intento hablar, me cuesta. Dale che, enfócate, acciones rápidas y
concretas. Dale, dale, dale. No hay tiempo que perder. Trato de mover
las manos, me duelen, pero se mueven bien. Los pies, el tobillo, mi
famoso tobillo. Perfecto. Sigo atado, siento que me duele el pecho donde
aprieta fuerte el cinturón de seguridad. Lo toco con la yema de los
dedos y le agradezco. El tiempo pasa, eso creo, porque todo esto solo ha
sido segundos, o no sé… Busco el botón del cinturón con mis manos y
presiono fuerte. Al destrabarlo caigo de manera brusca hacia arriba…
¿Hacia arriba? ¿Dónde estoy?
(Ramiro concéntrate, el humo)
Estoy en el piso del auto que en realidad es el techo y ahí entiendo
todo. Estamos en una ladera con el auto patas para arriba, Olivia no
para de gritar. Pero está asustada no golpeada (se lo cuento porque los
padres tenemos esa capacidad de saber cuándo lloran por berrinche,
cuando por enojo y cuando realmente por algo grave) este no es el caso.
Me doy vuelta y Felipe me está mirando fijo. Le grito su nombre. No
responde. Grito más fuerte aún ¡FELIPE! Sigue sin responder, el humo no
me deja ver bien, los vidrios, los airbags explotados y los hierros del
auto me nublan la visión. ¡FELIPE! ¡BEBÉ! ¡FELIPEEEE! El no responde y
me temo lo peor. Miró a mi izquierda, o a mi derecha (todo esta cruzado
cuando uno está en un auto ruedas para arriba) y Pame no está. En el
lugar donde debía estar su cuerpo está el techo del auto aprisionando
todo lo que tiene a su alcance. El volante está a la misma altura que
el techo (o el techo a la altura del volante en realidad.
(Llamala, grítale, dale Ramiro)
Mi cabeza esta vez no me habla. Me ordena.
¡Pame! ¡PAME! Nada. Me arrastro como un soldado y la visualizo. Esta de
rodillas fuera del auto con la cara ensangrentada. Esta mirando fijo la
parte posterior del auto. Se mueve despacio y como aturdida. Una
bocanada de esperanza me inunda de manera repentina.
(Ramiro los chicos)
Las puertas no abren, pateo fuertemente con mis talones una de las
ventanas buscando romperla. Nada de nada. Intento de nuevo. Pateo
enérgicamente dos o tres veces más sin obtener resultado. Giro la cabeza
y veo que Agustín me mira tranquilo. Esta shockeado pero está bien,
respira dificultoso, todos lo hacemos.
(El humo Ramiro apurate, el humo, ENFOCATE)
Deja de hablarme, no grites ahora le digo enojado. Es una charla de locos.
(Dale, no perdas tiempo)
Acepto que tengo que hacerle caso. De refilón observo que Pame se
levanta y se acerca a nosotros, trata de abrir el auto (o lo que queda
del mismo) y no puede hacerlo. Estiro la mano para destrabar la sillita
de Felipe, siempre cuesta sacarle el cinturón, imagine usted ahora
acostado en un techo con cientos de objetos alrededor. Mate, termo, dvd,
galletas, ropa, cajas, más ropa, y partes de autos rotas dificultando
la visión. Logro sacarle el cinto sin darme cuenta que Felipe cae de
manera brusca sobre el techo del auto. El golpe es seco y lo hace volver
en sí. Llora fuerte.
(Llora de susto Ramiro, Felipe está bien)
Sonrío y lo abrazo ¡Grande Felipe! Su olor tan particular, hermoso mi bebe pienso...
En ese instante mi esposa bordea el auto y logra abrir la puerta
trasera del acompañante. Le alcanzo él bebe y le digo que me reciba a
los demás. Saco a Olivia que no para de gritar aterrada y se la entrego.
Queda Agustín, mi precioso enano de diez años que no dice nada y dócil
me facilita que le destrabe su cinto.
(El humo Ramiro, apurate)
¡El humo! es verdad. Salgo como soldado dando pasos con mis codos hasta
tocar tierra firme. Me paro y les digo que corran lejos del auto.
Olivia al ver a Pame ensangrentada vuelve a entrar en pánico gritando.
La tomo con un brazo y en el otro lo tengo a Felipe como un monito
acostado sobre mi hombro. Nos alejamos y la imagen es espeluznante:
Humo, tierra, el talco de los airbags y el auto tambaleante en el medio
de la nada, contengo la respiración, mi cabeza vuelve hablar.
(Estamos vivos la puta madre que los remil pario ESTAMOS VIVOS)
Comienzo a reírme a carcajadas. Parezco un loco querido lector, pero rio de felicidad.
Pame me mira sorprendida. Está como perdida, con lágrimas en los ojos
intenta disculparse o decir algo excusando lo sucedido. La tomo por el
codo y la acerco a donde estamos con los chicos y le grito sonriendo:
¡Estamos vivos! ¡Mira hermosa, estamos los cinco! ¡Estamos vivos! No
logro terminar la frase y me arrodillo en el pasto con Felipe en mis
brazos y dejo que las lágrimas salgan a chorros. Los cinco ahí a los
gritos, despeinados con sangre y moretones, pero vivos. Estamos vivos.
Enteros. Estoy feliz. Vuelvo a ser consciente y a conducir de manera
racional mis actos.
A los veinte minutos recién pasa un camión
con un auto por detrás que logran vernos y nos auxilian. Luego vinieron
ambulancias, grúas, mucha gente y policías. Pero eso es otra historia.
Esta es la historia del día que volví a nacer mi querido lector, de un
día en donde Dios, la vida y el Universo me dieron a mí y a mi familia
una segunda oportunidad.
¿Por qué decidí contarlo?
Porque
es algo que pasa a diario y no lo vemos. O estamos demasiados
acostumbrados y eso nos tiene sedados a una cruda realidad. Los
accidentes de auto son parte de la diaria de cada uno de nosotros. Somos
una sociedad que ha naturalizado los choques, las muertes y las
perdidas. Lo vemos en noticieros, en diarios y en charlas entre amigos
¿Quién no tiene algún conocido que haya sufrido un accidente? En eso
estamos todos de acuerdo, en lo que NO debemos perder sensibilidad y pre
ocupación (con esto quiero decir ocuparnos previamente) es de USAR EL
CINTURÓN DE SEGURIDAD SIEMPRE. Es una frase trillada y mas que conocida:
“El cinturón de seguridad salva vidas”
Cuando ya no quedaba
nadie y solo estaba la ruta, un policía, los resto de mi auto y algunos
conos naranjas me puse a caminar alejándome del auto para pensar. A unos
200 mts del vehículo encontré una de las zapatillas de Felipe (mi hijo
menor de tan solo 11 meses) tiradas en la maleza. Me quebré por
completo. Mientras lloraba pensaba que hubiera sido de él si no hubiera
estado atado a su sillita. Y ahí decidí que esto increíble que me había
pasado debía ser compartido.
Usa el cinturón. Siempre. Si no lo
queres hacer por vos, hacelo por la cantidad de gente que te ama y te
espera para abrazarte. Hoy estamos todos vivos e ilesos porque todos
veníamos atados. ¡La familia Buteler se va quedar en esta experiencia de
vivir un tiempo más!
Hasta la semana que viene! Sigo siendo el color violeta de Catarsis!